miércoles, 24 de noviembre de 2010

uno: principiantes sin futuro

Una mesa despejada, las paredes son pequeñas y el parpadeo irritante del foco alumbra la claustrofobia mohosa y la sangre salpicada por todos lados, el eco seco de los golpes rellena el aire sofocante mientras sudan los dos sujetos que torturan sin tregua a uno que ya no tiene rostro, su sangre le inventa otro aspecto, un rojo neutro.

- Confiesa hijo de puta, confiesa porque es inútil resistir con todas las pruebas que tenemos en tu contra. No te das cuenta que el silencio te delata, es mejor romper el silencio a cambio de borrarte todo el historial criminal, confiesa.

¿Cómo puede una boca desfigurada emitir palabras? Su madre jamás lo reconocería ni derramaría una lágrima si solicitan su presencia en la morgue forense para identificar el cadáver.

Sedientos de sangre dejaron de ser policías para transformarse en titiriteros de la justicia, la corrupción es su especialidad más natural, agregan billetes falsos de mil pesos en los bolsillos o inventan cualquier otra excusa para incriminar a la primera persona que vean pasar por la banqueta pero esta vez se metieron con la persona equivocada.

La desventaja de trabajar para un jefe que nunca enseña su cara es la posibilidad de tener secuestrado al jefe sin enterarse. ¿Tan difícil les resulta comprender que ese silencio en lugar de ocultar algo expone el orgullo de alguien que sabe todo? Los veteranos del maltrato psicológico son unos principiantes sin futuro.

- Confiesa o te matamos lentamente a tal grado que no soportarás más el dolor y desearás morirte ya.

Los golpes no cesan y la víctima está feliz, por tener el rostro como pulpa gelatinosa y roja los agresores no notan la sonrisa. Un suspiro, aflojan los puños en espera de las palabras que admitan la derrota, qué inocentes son, la boca en lugar de pronunciar algo se abre para mostrar que perdió todos los dientes y escupir con alegría la sangre ensalivada, definitivamente los veteranos de la tortura son unos principiantes sin futuro, a falta de dientes el silencio es una mordida más letal que los colmillos de un perro rabioso.

jueves, 1 de abril de 2010

Dos: Un poco de suerte silenciosa






I
"…estamos caminando sobre mierda", chillaba la voz con frenesí. "Se lo digo con respeto, Boss, pero honestamente estamos metidos hasta el cuello en esta mierda. Y no se trata de mierda sólida, de ésa que produce uno cuando está sano, más bien de una pegajosa mierda líquida y aguada de ésa que se te mete hasta en los ojos y …" Una detonación interrumpió el vertiginoso flujo de palabras. A R no le quedó de otra más que colgar el teléfono mientras sostenía en el rostro su habitual expresión de indiferencia.
El Chulo, su lugarteniente y uno de los pocos hombres que conocía su rostro, ahora seguramente estaba muerto, así que ya no tenía sentido mantener nexos con el resto de sus soldados, por ello arrojó el aparato desde la ventana abierta de su penthouse. Lo que había que saber ya lo sabía, estaba rodeado.
Tan sólo quería tener sus dedos libres para prender un Lucky Strike, que más que cualquier otra cosa, era lo que necesitaba en ese preciso momento. Miró la hora en su Rolex de oro y en el reflejo del exquisito cristal pudo ver el fuego de su cigarrillo combinado con la luz del atardecer. Era una lástima, le gustaba mucho la vista que tenía este edificio nuevo, el Cerro de la Silla se veía excepcional en las noches despejadas. Pero también sabía que esa noche iba a tener que hacer algunos sacrificios si quería salir vivo de Monterrey.
Se desabrochó completamente la camisa para sentir el fresco de la tarde, una de esas tardes en que el aire húmedo que se produce cuando la noche está a unos minutos de hacer su entrada es, simplemente, delicioso; esa sensación acompañada de un cigarro, es un placer inigualable que sólo un hombre libre puede disfrutar. Y él sabía que de una forma o de otra iba a permanecer libre.
Por momentos, mientras contemplaba el panorama sentía la irresistible tentación de arrojarse al vacío, lanzarse para acabar así con el juego. Desde que todo esto había comenzado R sentía constantemente palpitar en su interior un curioso vértigo. La enfermiza idea de la destrucción siempre lo acompañaba en sus mejores momentos. El mismo vértigo que en otras ocasiones lo llevaba a sentir como si fuese explotar o al furioso deseo de pegarse un tiro para sosegar la ansiedad durante ciertas noches demasiado calladas. Ese delirio solía acosarlo sobre todo cuando contemplaba el cristalizarse en dinero la perfección de sus ideas y, también, cuando sentía como si nadie fuese capaz de pararlo a pesar de observar constantemente a sus enemigos intentar destruirlo; pero eran esas mismas emociones las que lo estimulaban a seguir apostando frenéticamente en la ruleta rusa de su existencia.
Sólo el humo de su cigarrillo lo liberaba de sus ensoñaciones para devolverlo a la realidad. Sus ojos tornaban ágilmente a inspeccionar los movimientos en la calle: la llegada de aquellas camionetas negras que arremolinadas, como ratas hediondas alrededor de un pedazo de comida fresca sobre el césped, comenzaban a agruparse en torno a la entrada de su edificio y sin el mayor respeto hacia él. Las ratas querían devorarlo desde hacía años pero sólo hasta ahora, por primera vez, estaban muy cerca de rozar su sombra.
No pudo reprimir un espasmo de ira al apagar la colilla de su cigarro contra el marco de la ventana; el mirar la luz de esos molestos helicópteros que rondaban alrededor del edificio le recordaba la constante red que sus enemigos intentaban tender sobre él. Pero ya no le importaba el alboroto pues ya había llegado a la decisión de comenzar a jugar sus cartas. "Necesito champagne", se dijo casi en un susurro mientras atravesaba descalzo la oscuridad de su lujosa habitación. Sabía lo que debía hacer: iría al cuarto de atrás y comenzaría a quemar lo que tuviese que quemar y a romper todo lo que fuera necesario para ganar esta partida. Iría a ajustar cuentas con la rata gorda a la que había atrapado en su jardín dos días antes.
Se movía sigilosa pero velozmente a través de su apartamento, con una precisión tan desenfadada que recordaba la de un médico engreído antes de una operación; no escatimaba tiempo al agrupar los materiales necesarios para la meticulosa maniobra que se traía entre manos. Cuando pasó junto a la mujer desnuda que dormitaba ebria sobre el sofá de la estancia, le dio un par de nalgadas sobre la suave piel morena y le dijo que se levantara. Ella intentó besarlo de nuevo, pero él la detuvo y le puso unos cuantos billetes entre las manos. Ya había tenido suficiente de sus labios. "Termina de vestirte de camino al elevador, muñeca, porque ahora tengo mucho trabajo que hacer". Ella quiso protestar pero al verlo tan serio, mejor comenzó a caminar rápido hacia la salida, después de haber recogido a la carrera sus cosas.
Basta de mujeres fáciles para él, ahora era el turno de danzar con sus verdaderas e inseparables damas de compañía; ya fuese la Walther con cacha de oro, la Colt special o la  Gerasimenko VAG-73  elaborada con una extraña aleación de metales seleccionados por él. Aunque tal vez por esta ocasión tendría que conformarse con una simple y austera Beretta nueve milímetros con silenciador, pero eso sí, modificada para ser imposible de rastrear. Antes, primero que nada, como todo profesional de su oficio, tenía que preparar el escenario. Se dirigió al baño para cambiarse de ropa. Allí se colocó encima la camisa más sencilla que pudo encontrar, un overol roído de color azul claro, botas de hule y una gorra, también azul, sin distintivo alguno pero perfecta para completar su disfraz.
A lo lejos se volvió a escuchar una violenta ráfaga de descargas y los gritos se alzaron como si se tratase de alguna fiesta lejana; al parecer los federales habían abierto fuego contra algún objetivo. Se asomó de reojo por la ventana mientras empinaba otra copa de champagne. Sobre el asfalto húmedo pudo divisar el cuerpo inerte de la prostituta que había pasado esa tarde en su penn house. Encendió otro tabaco al darse cuenta que los enemigos no tendrían clemencia ante nada. Él también podía ser sanguinario si ellos así lo querían. Su cigarro se consumía entre sus dedos mientras R inspeccionó abstraído su nueve milímetros; se había dado cuenta que si iba a salir de su edificio no sería para quedar como una masa de carne agujereada sobre el asfalto. Ya era hora de ir al otro cuarto a visitar a su as bajo la manga.
Sin soltar el cigarro de entre los labios se dirigió a la caja de herramientas por un martillo. También tomó todo el C4 que encontró y se dirigió a la habitación de huéspedes a sacarle un poco de provecho a la asquerosa rata que había atrapado: Este era José Morales, uno de sus antiguos contactos cercanos al gobernador del estado y también el hombre que había intentado vender su identidad al hacerse pasar por persona de confianza; ahora Morales estaba atado y sedado en una silla, con el hueso del brazo izquierdo totalmente hecho pedazos. "Este patán jugó con fuego", se dijo el hombre del cigarrillo, "…y ahora, está a punto de quemarse por completo para pagar sus equivocaciones". Mientras R fumaba y, aleatoriamente, golpeaba al político en el rostro comenzó a escuchar nuevas ráfagas de disparos pero esta vez con una duración más prolongada. La hora había llegado, seguramente su gente ya se encontraba cerrándole el paso a los federales; pronto el aroma a carne quemada y sangre inundaría el edificio. Se apresuró a despedazar el rostro a su víctima y también le sacó los dientes para luego tenderlo sobre el piso y desnudarlo.
Tenía que apurarse en hacer el cambio. Se quitó el Rolex y lo colocó en el brazo fracturado de su prisionero. Le dio otro buen martillazo en la cara como pago por haber sido un soplón. Pues hasta antes de José Morales nadie externo había conocido la identidad del Señor R, forma en que lo llaman sus enemigos. Pero no había estado del todo mal lo que Morales había provocado, pues gracias a esto R había logrado descubrir que existían otras ratas peligrosas, ocultas en su organización y que mientras él trabajaba ellos se encontraban conspirando infatigablemente en su contra. "Ya las encontraría, una a una", pensó. "¡Vaya que sí!", se decía, aunque tuviera que seguir hasta el límite su descabellado plan de emergencia. Desnudó el cuerpo de Morales para luego vestirlo con sus mejores prendas y con su calzado más elegante. Ahora Morales, con su próxima muerte, le ayudaría a tener una coartada perfecta; una distracción que le daría el tiempo perfecto para realizar su viaje. Pensaba en esto mientras forraba a su rehén con explosivos y concinta de aislar. Si el gobierno y sus enemigos habían hecho una alianza extrema para derribarlo, él tendría que tomar entonces medidas bastante extremas también. Colocó algunos portafolios llenos de dólares (nada demasiado ostentoso pero sí una suma creíble) junto a Morales. Sonrió un instante y los ojos le brillaron de satisfacción. "Les dijiste a esos culeros de Jiménez-Villaseñor que R sería el pendejo del reloj edición limitada con quien te verían paseando esta tarde..." Se acercó a su rehén y dio dos golpecitos sobre el cristal del Rolex. "Ahora tú eres R, puto, jaja", le dijo al oído, justo cuando Morales comenzaba a reaccionar. 

Dejó verter unos cuantos botes de gasolina sobre del político ensangrentado. Antes de salir del cuarto tomó de un baúl una casaca de obrero, se ensució un poco la cara y se acomodó un nuevo cigarrillo sobre sus labios. 
Las descargas de balas y las explosiones se escuchaban cada vez más cerca, lo cual quería decir que estaban por llegar hasta él. Terminó de rociar de gasolina todo el departamento y salió hacia el corredor con su cigarro nuevo entre los labios para, casi al instante, prenderlo. Aspiró dos fuertes fumadas, luego arrojó lo que quedaba desde el marco de la puerta abierta hacia el interior de la habitación y, sin pensarlo más, se arrojó corriendo a todo lo que daban sus piernas en dirección hacia el elevador.
La explosión sonó como la aterradora carcajada gutural de un monstruo invisible. Con semejante alarido se destruyó todo un piso del edificio y todo lo que había en éste.


II
La puerta automática del aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México se abrió y de salida hacia un taxi, al cruzar por un puesto de revistas, un hombre moreno y de complexión ágil compró un periódico. En el ejemplar se exhibían unas fotos sobre la explosiva muerte del líder del Cártel de los Buenos muchachos, uno de las organizaciones criminales más violentas del norte de México: MUERE EL SEÑOR R, PRÍNCIPE DEL CRIMEN ORGANIZADO EN MONTERREY. En el artículo podía leerse diversas teorías estúpidas sobre su misteriosa identidad, la cual en vida nunca pudo develarse. Pero que ahora, según decían los periodistas, tal vez a través de diversas forenses pruebas a los restos, esta situación podría cambiar. También referían la forma en que se habían encontrado sus restos; reducidos a simples fragmentos de un cadáver achicharrado que, de momento, sólo había sido posible reconocer gracias a sus pertenecías personales. Más adelante el artículo refería algo sobre la muerte de tres heroicos soldados. "Qué curioso”, se dijo el hombre, "…y yo que recordaba haberme templado por lo menos a doce cabrones.”
Se había dejado la barba durante unos cinco días y no pensaba rasurarse de momento, pues tan sólo iba a asistir a una cita para negociar el ser testigo bajo protección. Un par de federales corruptos eran sus contactos; un par de tontos adheridos a su nómina recientemente. Era curioso que trabajaran para él y ahora estuvieran a punto de conocerlo sin siquiera saber que se trataba del mismísimo Señor R. Sabía que le esperaba un interrogatorio duro con ese par de imbéciles, tal vez incluso una paliza brutal, pero era necesario aguantar todo si quería infiltrarse desde abajo, desde las raíces de su organización para sólo así encontrar a la rata que se ocultaba en esas alcantarillas, desde donde conspiraba contra él. Tal vez donde otros de sus mejores pistoleros habían fallado, él tendría éxito, puesto que a la serpiente había que agarrarla del pescuezo, como bien decía su difunto padre. Después de todo el era el Señor R y nadie hasta ahora lo había atrapado.
Antes de tirar el periódico a la basura contempló con atención durante unos segundos la foto en la que alrededor de una mano carbonizada (que más parecía la mano de una momia) lucía victorioso un reloj de oro, mínimamente estropeado. "Siempre supe que era muy fino el desgraciado", se dijo mientras encendía un inmaculado Lucky Strike blanco.


G. Sac, Septiembre de 2010.

lunes, 1 de marzo de 2010

tres: la vida es un videojuego

Con la tecnología de la actualidad, toda la realidad del mundo se puede ver pero es una exclusiva de pago por evento.

- Y el silencio destruye todo para volver a existir, dijo un joven bastante drogado al comienzo de la pausa comercial.

- Güey, ¿por qué apagas? Está poca madre ese reality show, respondió el otro igual de malviajado.

- Pendejo, no ves que se quema el edificio de enfrente, ¿o creías que el ruido provenía del televisor? Si no fuera por la droga seríamos unos mirones más, fíjate, estábamos viendo lo mismo, fíjate, es la misma torre de humo.

- Está de puta madre esa fumarola que se eleva entre las dos puntas del sombrero gris, ¿para qué quiere la ciudad un sombrero que no sirve ni para cubrirse del sol? No entiendo.

- Se me antojaron unos cigarros Marlboro, de esos que al oprimir la colilla da una frescura que está de no mames.

- ¿Quieres fumar esas pendejadas con lo bueno que tenemos aquí? Esta mota está jodidamente buena, demasiado buena que aún no me la creo, ¿te imaginas cómo la conseguí sin gastar una fortuna? La intercambié por paquetes de cigarros Lucky Strike que mi papá dejó antes de acabar asesinado en el extranjero.

- Ya, ya, ya, tranquilo, o sufrirás hipertensión por ser bien pinche negativo, mejor vámonos a ver el desmadre que se armó afuera, es mucho más chingón que esperar a que acaben esos anuncios de mierda. Siempre es mejor vivirlas en vivo que verlas a través de esa caja idiota. Dame uno de esos.

- Espérate, encendemos entre la gente y lo fumamos entre los dos. Tengo curiosidad de qué se siente probar una marca que no conozco cerca de un edificio que se caerá antes que el cigarro se agote.

- ¿Neta, jamás probaste esos cigarros?

- No quiero heredar los gustos de mi papá pero ahora no tengo otra opción.

La gente corre, llora, grita, y otras, se lanzan desde lo alto del piso que corresponde a su oficina, los bomberos están atentos no lavarse las manos culpando a los federales de suicidas. El desastre requiere más refuerzos. Arriban ambulancias, otro camión de bomberos. Se retira la primera ambulancia, una mujer embarazada, un anciano y una puberta cayeron intoxicados por acercarse demasiado al fuego. El frío del atardecer es tremendo. Salen heridos los elementos de la inteligencia de la A.F.I.

- Tienes razón, esos cigarros son mejores que los azules, me recuerdan a los Camel extrafuertes que me trajeron de Paris. Me ayudan a sentirme mayor, bien macho.

- Ya que dices eso, estoy pensando que mi vida necesita un fuerte giro.

- También la mía. Es demasiado aburrida, necesito altas dosis de ultraviolencia para causar un mayor efecto en la droga.

- A huevo, chócalas carnal. No tenemos que trabajar, sólo matar.

- Y empezar a drogarnos mientras el mundo se mata entre sí por un gramo de nuestra mercancía.

- Hacer de los edificios incendiándose nuestro hábitat natural.

- Sacrificar sicarios con indiferencia como si fueran piezas de ajedrez.

- Envenenar de ira la sangre del presidente nacional al frustrarle todos sus intentos de exhibirnos como presas de su fallida campaña antinarco.

- Morirnos de la risa por la recompensa que ofrecen por nuestras cabezas, esas divertidas cifras que rebasan los ocho dígitos que ni siquiera alcanzan a formar una milésima parte de nuestra fortuna.

- Salir en la lista de Forbes como los hombres más ricos y poderosos del mundo.

- Importar mujeres exóticas de Europa Nórdica, Sudamérica, África, Asía y Cuba. Al acabar el coito, asesinarlas en el interior de los autos último modelo para incriminar al gobierno federal a nivel internacional.

- Ser los fundadores de la red criminal más grandiosa que jamás ha existido. Nuestro poder no tendrá fronteras.

- Causar la Tercera Guerra Mundial porque los países disputan la oportunidad de capturarnos.

- Hacer de Alejandro Magno, Julio Cesar, Napoleón, Hitler, Díaz Ordaz, Pinochet unos pésimos chistes del pasado.

- ¿Qué te parece si nombramos a nuestro cartel Los Buenos Muchachos?

- Va va va va va, esas mamadas me laten un putero.

Informan que el edificio de A.F.I. de Nuevo León se incendió debido a una inexplicable fuga de gas durante el receso para la comida. Las investigaciones descartan participación del crimen organizado en el incidente. No se reportan heridos por arma alguna, sólo oficiales con quemaduras de segundo grado.

- Están enfermos, necesitan terapia, les grita una señora tras escucharlos.

Nos acaba de llegar otro reportaje de último momento. Asesinan a seis balazos a una señora mayor de cuarenta años a unos metros del incendio que tiene aterrada a los ciudadanos pacíficos de Monterrey. Se sospecha que eran sicarios mandados por un cartel involucrado, pero la policía se negó a ofrecernos más detalles, no obstante, según testigos que entrevistamos, dos sicarios llegaron desarmados fueron insultados por la víctima, para matarla noquean a uno de los policías que formaban el cerco que retenía a la multitud tras la intoxicación de tres civiles que se aproximaron de más y respiraron el humo. Los presuntos autores del crimen están a la fuga, y la pistola robada permanece desaparecida, pero hay indicios en la escena del crimen que revelan cosas perturbadoras. Se trata de dos adolescentes no mayores de dieciséis años. Es un dato alarmante que confirma una vez más que el narco contrata descaradamente a menores de edad abusando de su desesperación por los estragos de la miseria que reina en el país para alistarlos a su ejercito.

Según el psicólogo, cuya identidad ocultamos por su propia seguridad, la pubertad norteña está desesperada más por razones subjetivas que por la pobreza que afecta de manera crítica a los estados fronterizos del norte. La principal causa es el aburrimiento de permanecer encerrados en sus casas por su propia seguridad debido a la creciente ola de asesinatos en las vías públicas.

Nuevas imágenes comprueban lo acertadas que son las palabras del psicólogo. Se hallan pancartas en varios puentes peatonales con la leyenda que raya en lo absurdo. A todo adolescente harto de estar sometido a las reglas de la casa se le invita a formar parte de nuestra comunidad que quiere cumplir el sueño más grande: hacer real el Grand Theft Auto. A todo adolescente interesado...(censurado).

Lamentamos interrumpir su programa favorito. Tenemos un nuevo corte informativo. Padres de familia saturan todas las oficinas de la seguridad pública para declarar la desaparición voluntaria de sus hijos. Crecen las demandas a los portales buscadores de la WEB por difundir el mensaje completo del Cartel Los Buenos Muchachos, principal factor de la escapatoria del hogar de los inocentes mozos. Y a los padres, cuyos hijos que sean fanáticos de todos los videojuegos relacionados con la violencia callejera se les recomienda vigilar constantemente para impedir nuevas tragedias y retirarles por el momento las consolas, según investigaciones, las narcoinvitaciones se difunden por la red de las consolas.

Dejan un narcomensaje en el inmueble del psicologo asesinado. ¿Qué sabes de la adolescencia pinche ruco de mierda? Sólo los chavitos somos capaces de cumplir los sueños. Papis, entiendan que ya no queremos regresar al hogar. Déjenos en paz o mueran por la paz. Los Buenos Muchachos.

***

La contraparte del asunto es indispensable. No hay villanos sin héroes. Las historias no pueden existir sin el antagonismo de sus personajes. El caso es similar pero son otros videojuegos. No a todos los niños les excita matar rusos, cubanos o coreanos. Hay adictos a todos los derivados de S.W.A.T. o C.S.I. o F.B.I. Qué triste panorama, ni un buen videojuego mexicano. No importa, la vida real es la locura mayor. Un policía regresa a casa temeroso que su hijo también esté prófugo, pero tampoco quiere privarle de los videojuegos. No permitiría que su cobardía haga infeliz a su familia.

- Amor mío, ya regresé.

Y no es su esposa quien se acerca sino su primogénito que corre eufórico hacia él, pero no para abrazarlo. Quiere saber cosas que la televisión no informa sobre Los Buenos Muchachos. El progenitor está indeciso, no sabe a ciencia cierta si las dudas de su sucesor es encontrar el paradero de sus ídolos para no fugarse a lo pendejo o es la típica curiosidad del hijo para hacer feliz al padre considerándolo una figura heroica. Mientras su esposa los mira recargada en la puerta de la cocina, sonriente, orgullosa de la familia, comprende que se preocupa de más y suelta la sopa.

- Son chavitos astutos, las nuevas generaciones están ganándole a los viejos.

- No te preocupes papá, las nuevas generaciones también están para ayudar a los viejos. Yo y mis amigos descubrimos a los enemigos.

La verdadera batalla ha comenzado sin que nadie lo sepa. Sólo los edificios derrumbados serán la evidencia de casos insólitos que jamás serán televisados. Niños persiguiendo a adolescentes que matan a los adultos indefensos. Nació el verdadero caos.

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