Alcántara, ese viejo perro de la
policía federal se perdió entre las páginas del archivo burocrático del tiempo.
Su mujer lo dejó por pendejo o por honesto, entiéndase como se quiera y como se
pueda. Su hijo se volvió loco (demasiados videojuegos de guerra decía el
psiquiatra). Pero después de un tiempo agarró el patín, como quien dice, se
rehabilitó y se hizo criminal. Bueno, se hizo policía federal aunque ya en
estos tiempos, ser lo uno o lo otro va junto con pegado.
Diez años pasaron desde la caída y
ascenso del gran dios R, mejor conocido como el Rey de Reyes, el tlatoani del
norte, El lobo emplumado, el Jefe de Jefes, el Maestro oscuro del infierno, Mr.
Mistery, Santo patrón del Polvorino blanco o el Señor de todo lo visible e
invisible y todas esas mamadas que se inventaron los medios para nombrarlo.
Se le pensó muerto pero el muy culero andaba escondido y resucitó al tercer
día, como el pinche Yisus. Te voy a robar un cigarrito si no te molesta...
(Una mano alejó la cajetilla de
cigarros antes de que el hombre sentado en la silla pudiera tomar uno).
Bueno, no te enojes... Como te decía, entonces el pinche R
se hizo pasar por muerto pero andaba ocupado haciendo alianzas con políticos y empresarios corruptos del Estado
de México. Dejó la maquinaría del norte olvidada un rato para afianzar el
centro y, después, con todas estás mafufadas del cambio de presidente, el
culero se levantó en armas como el pinche diablo: chingo de masacres y
destrucción a lo largo y ancho del país (casi que del planeta). Incluso dicen
que el R andaba ya hasta haciendo pactos con pinches príncipes del Irán y toda la madre Talibán para comprar armamento chingón. De ese que hacen los rusos y los chinos, puro full metal jacket, como dicen los
gringos... Pero yo creo que ha de ser mentira eso de los pactos, porque yo
medio que conocí a ese culero y el R no hacía pactos ni con su pinche madre.
Ese cuento ya me lo sé, pendejo –rugió
una voz que venía del rincón más cercano; una voz clara y seca como gruñido de dóberman listo
para saltar al cuello. De entre las sombras surgió un brazo armado que se colocó
en la sien del hombre sudoroso que estaba sobre una vieja silla de plástico, siendo interrogado. No había
demasiada luz en aquel cuartucho, tan sólo un par de velas y una computadora. A
los pocos segundos un golpe cruzó la cabeza del hombre sentado. El hombre
oscuro tuvo que esperar a que su víctima se recuperara un poco.
¿Entonces qué mierdas es lo que
quieres saber, wey?- preguntó el interrogado con voz chillona mientras un hilo
de sangre y moco le escurría desde la nariz. Sus manos se movían nerviosamente alrededor de su cara, como intentando anticipar el siguiente golpe.
-Quiero saber sobre ése al que
llaman Alcantarita... y ya no me hagas perder mi puto tiempo o...- la silueta
colocó su pistola sobre los testículos del interrogado- ...no te irás completo
de este cuarto, Chulo.
-¿Me vas a chingar?- preguntó el Chulo entre cansado y asustado.
-Eso no está en mi plan Chulo, de momento, pero sé de otros cabrones que te andan buscando. Eres muy popular Chulo, como el putito local en una base del ejército.
-¿Eres…? ¿Eres tú Boss?
- No, pero a ese culero también lo
ando buscando...
Parte II: (Interludio) …Tan sólo balas
Don Chava, el viejo capo del Cártel
de los Jiménez-Villaseñor y Eddie, su hijo menor, penetraron en el inmundo
cuarto para llevar a cabo su reunión de emergencia.
Aquel ruinoso cuarto
apestaba a mierda y a otras inmundicias, pues era el fumadero privado del nieto
idiota y drogadicto del viejo Jiménez-Villaseñor. “Un jodido nini”, como el
mismo Don Chava solía decir sin temor a que el chico lo oyera.
Por el olor y las circunstancias la reunión
tendría que ser “más rápida que el coito de un eyaculador precoz”, según venía
diciendo Eddie mientras manejaba la camioneta. A veces a Eddie le gustaba usar
vocablos que le parecían muy cultos, como “coito”, para impresionar a su viejo.
La situación era crítica
pero aún en situaciones así, don Chava, a diferencia de sus hijos, sabía
mantener la calma. Lo único que podía hacerlo estallar era el tratar con su
primogénito, Juanito, al que abiertamente consideraba un débil mental. Esa
tarde, por desgracia, tendría que ver necesariamente a Juanito. Por ello se
había hecho acompañar de Eddie. Antes de tomar sus pastillas para la diabetes,
el viejo Capo recitó para relajarse un antiguo dicho que había memorizado desde
joven: “Hoy no habrá balas para mí, tan sólo suerte”
Juanito los esperaba
sentado en el derruido comedor de aquel cuartucho, mientras nerviosamente
intentaba pelar un limón seco. Al parecer ya traía varios tragos encima, como
anunciaban las botellas vacías que lo rodeaban, asemejando una muralla de
majaderos soldados de vidrio. Él levantó los ojos y sonrió insulsamente a su
padre y hermano. “Es casi tan pendejo como su hijo Joe, el drogadicto marica”,
pensó Don Chava al verlo allí y al oírlo vociferar tonterías y bravuconadas a
Eddie contra R. Don Chava observaba la situación desde un gélido
ensimismamiento, mientras Juanito seguía increpando a su hermano con estúpidos
planes para salvar la situación. De pronto y sin previo aviso el capo mayor, en
un violento estallido de furia, tomó una botella José Cuervo del suelo y se la arrojó
al rostro. Juanito apenas logró evadirla. Al instante el viejo desenfundó, con
una veloz maniobra, su Desert Eagle .50
dispuesto a privar a su propio hijo del uso de una de sus manos. “¿Derecha o
izquierda, cabrón???” gritó el viejo fuera de sí. Pero en ese momento, Eddie,
haciendo gala de su gran prudencia, detuvo al padre. “Cálmate, papá. Todavía
no.” – le dijo con una sonrisa a don Chava. No había razón para acabar tan
pronto con el traidor, pensó Eddie; primero había que sacarle toda la verdad.
Pocos minutos después
Juanito estaba amarrado en una silla y el brutal interrogatorio de su hermano
menor había comenzado.
No importando que fuera
su propio hijo, don Chava disfrutaba del espectáculo, pero no porque se
recrease con la contemplación del sadismo, sino porque sentía que esa era la
merecida paliza que él mismo nunca había podido darle a tiempo a Juan, como
correctivo pedagógico. La madre, que en paz descanse, lo había sobreprotegido
demasiado. Y tal vez, después de todo, sí disfrutaba un poco de la brutalidad
en algunos casos. Además Juanito era un imbécil que se merecía eso y más; lo
único que había hecho en la vida había sido derrochar el dinero de la familia
en apuestas, casarse con una prostituta de la televisión y engendrar a un
vástago drogadicto y homosexual. Y no obstante con eso, el muy traidor se había
dado el lujo de intentar venderlos a su enemigo jurado, al pinche R; aquello
último era imperdonable. “¡Venderlos a ese pendejo de R no podía ser! Hace mucho tiempo Don Chava había intentado borrar esa podrida letra del alfabeto criminal del norte; muchos políticos corruptos de Monterrey habían accedido a ayudarlo. Mucho tiempo creyeron haber tenido éxito. Creyeron haber vencido a ese fantasma. A ése al que durante diez años creyeron quemado hasta los huevos y que de la nada
había regresado para iniciar una guerra contra todos ellos. Contra todo el país. Ese hijo de puta que no
respetaba pactos ni acuerdos; que lo quería todo para él solo. R se daba mucha
importancia desde que se rumoraba que tenía hasta a los del gobierno contra la
pared, bien agarrados de los huevos: porque supuestamente R poseía vídeos y grabaciones que implicaban hasta al mismísimo presidente de
la república… "Pero ya se le va a acabar el cuento a ese puto R", se dijo Don Chava, "...Porque yo sé tratar a los perros rabiosos como él.”
Tal vez lo que más le
sorprendía al viejo Capo era que una sombra se atreviera a poner en duda su
poderío e incluso a levantar sus armas contra él, contra el mismísimo don Chava
quien antes fuera considerado el Mero Cabrón del Norte. Además, si él hubiera
querido matar a R de verdad, no se hubiera conformado tan sólo con mandar
quemar su pinche edificio aquella vez (esas eran mamadas), lo hubiera
despedazado en persona. Pero el pendejo de Morales la tenía que cagar y regar
la sopa. Y todo por caliente, por ambicioso de mierda; por quererle jugar a dos
bandos. Además con la muerte del capitán Preciado, su contacto en la policía
federal, todo se complicó más. Las criadas gritaron mucho cuando encontraron la
cabeza del capitán flotando en la alberca de su casa de Sinaloa. Y para
chingarla, aquel día Eddie había llevado a sus hijas a verlo. Aquello fue una
afrenta típica del pinche perrito de R, del pinche Alcantarita. Ese jodido
niñato ya aprendería, ya aprendería cuando Don Chava lo encuentre, le corte los
huevos y lo haga confesar todo sobre R…”
El viejo pensaba en todo
esto mientras seguía observando en silencio la tortura infringida a su propio
hijo, por las hábiles manos de su otro hijo. Cuando Eddie tenía que sacar
dientes le producía un asco infinito y prefería aprovechar para hacer otra
cosa, tal vez ir al baño un momento o ir por agua para tomarse su Captopril.
Juanito estaba cubierto
de sangre y, aun así, no paraba de suplicar y de jurar por su inocencia. Pero
el sordo martillo de Eddie no se detenía ante nada.
Una caaamioneta gris, con placas de… Un timbre de celular detuvo el tiempo por unos
instantes. Los tres hombres se miraron. “No es el mío”, dijo Eddie. Era el
celular del hermano torturado, que sonaba impertinentemente. Eddie paró y
Juanito, tan pesado como un costal de cemento, cayó al polvoriento y sucio
suelo. El viejo desde su asiento hizo algunas señas imperativas a Eddie y el
hijo procedió a contestar.
La voz de Guzmán, uno de los subordinados de
confianza del cártel, surgió desde el aparato. Era muy raro que su lugarteniente
los interrumpiera de esa forma cuando, de antemano sabía él, que se encontraban
en medio de un asunto de familia. “El jefe les manda saludos a los tres” –dijo
Guzmán jovialmente, lo cual erizó los pelos de la espalda de Eddie. “Pon a tu
pinche viejito al teléfono, pequeño Eddie, que el nuevo jefe quiere hablar con
él” –ordenó la vulgar voz de Guzmán en un tono que nunca antes le habían
escuchado. El martillo de Eddie cayó al suelo junto con una bolsa que contenía
los dientes de Juanito. El viejo notó que algo pasaba con esa misteriosa
llamada y cuando Eddie se disponía a interrogar a Guzmán, el viejo le exigió el
teléfono. Eddie obedeció sintiendo como si sus manos pesaran más que todo su
cuerpo –pues ahora conocía al verdadero traidor– y, sin mucha convicción, le
pasó el celular a su padre.
“¡Hoooola Abuelito!”. Le desgarró el
oído la chillona voz de Joe, su nieto. “Les dejé una sorpresita en el baño.
¡Busquen, por favor! Anda, manda a tu fiel San Bernardo Eddie.”.
Sin perder el gesto de
dureza en su rostro, el viejo le ordenó a Eddie revisar el baño. Y, contrario a
todo lo antes pensado, allí estaba la respuesta al problema. Yacía allí,
completamente desollado, mutilado (y tal vez más), el Chulo. El antiguo
lugarteniente de R, el muerto de hambre que les había ayudado a quemar la
fortaleza de su enemigo. El pinche traidor de mierda.
“¡UYY! R te saluda, Abue. Dice que
encontró a tu amiguito entre los puteros de la capital y que te lo mando con
cariño de vuelta.”
“No seas pendejo, Joe”, respondió
con voz metálica el viejo, “…R te va a joder a la menor oportu…”
Unos golpes brutales retumbaron en
la puerta de la guarida en aquel instante. “Tú no te preocupes tanto por mí,
abue. Ya deben estar por allí los federales, ¿no?” –exclamó Joe lleno de
alegría con su exageradamente afeminada voz. Don Chava, colmado de ira tiró el
celular y, mientras el nerviosismo empezaba a roer sus entrañas, desenfundó su
arma a la par que Eddie. Sabía que su hijo menor se mantendría leal y valeroso
hasta el final, como un gran sabueso. Don Chava casi pudo imaginarlo lanudo y sacando
la lengua con mirada estúpida, como si fuera un perro grande e idiota. Una bala
salida de algún punto desconocido, sin previo aviso, hizo saltar los sesos de
su hijo mejor contra la pared. En ese momento el viejo se dio cuenta de que
estaba solo a su suerte.
En la puerta comenzaron
a escucharse disparos y gritos de hombres forzando la entrada. “¡Policía
Federal, Policía Federal!”, clamaban las voces. Seguramente el chofer de don
Chava y el resto de sus soldados ya estaban muertos, así que era mejor
prepararse para lo peor, porque los siguientes serían Juanito y él.
Mientras los tiros
comenzaban a silbar dentro del recinto, desde el celular en el suelo aún podía
escucharse la chillona voz de Joe: “Una buena parte de esto lo aprendí de ti
abuelito. Aliarse con el fuerte, como hiciste tú en los años 80… Sé que nunca
te agradé y es tarde para que te arrepientas pero… ¿No crees que me debes una
disculpa? Siempre decías que yo era un putarraco bueno para nada. Te burlaste
cuando quise estudiar para modelo profesional. Nunca me apoyaste. Decías que
eso era para putos, que los verdaderos cabrones lo resolvían todo a balazos
como Amado Carrillo tu compadre y como tú… Tal vez tenías algo de razón. Espero
que sepas apreciar la forma en que jugué mis cartas...”
Una horda de balas
perforaron la puerta y pegaron sobre el inerte cuerpo de Eddie; a la par que
Juanito recibía treinta tiros en su lugar, en el suelo. Don Chava lleno de
horror se atrincheró junto a una mesa caída boca abajo. Al parecer el negocio
ya no era lo que solía ser, ni él tampoco. Los federales de ahora eran más
volubles que putas sifilíticas; jalaban siempre con el que la tuviera más
grande aunque la tuviera chueca.
Los artríticos dedos del
viejo no le respondían bien al sujetar la pesada escuadra. Trató de calmarse.
Se dio cuenta de que no había un mensaje de Dios en todo aquello, sólo balas
rugiendo furiosas; balas como el único significado de su vida. La moraleja de
todo esto, para un viejo como él, era la nada. No existe una jodida moraleja en
la vida. Así es, no había nada de malo en morir allí (siempre había deseado
morir peleando) pero le avergonzaba que fuera a manos de un pinche maricón con
la nariz operada, como su nieto. “Hubiera preferido morir a manos de R pero ese
culero nunca da la cara…”, pensó. Y mientras intentaba desentrañar en sus
últimos minutos los sombríos planes de ese ser llamado R, comenzó a arrastrarse
lejos de las balas.
A sus pies, la
fastidiosa voz del celular seguía diciendo… “Y ya no te preocupes tanto,
Abuelito, pues hoy no habrá suerte para ti, tan sólo balas…Au revoir!”
Pa que bailes... http://youtu.be/XbyaN80i9T4
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