miércoles, 22 de abril de 2009

siete: Un sepelio ficticio

La vagabunda besa su frente, extrae a besos apasionados la bala. Mordisquea las costras que arranca con sus labios, la muerte es una golosina que sabe a pólvora coagulada. Como todos los dulces, la venganza provoca sed.

Después de recibir una bala en la cabeza, no volverse loco es dejarse corromper por la agonía. Mejor recupera la fuerza cubriéndose con periódico para protegerse del frío, hay que explorar la médula espinal de la realidad, resistir la tentación de reanudar el cálido hogar. Su familia es película dramática de ficción, la calle es el hospital más discreto. Que la ficción lo declare muerto.

¿Qué es para un niño el sepelio de su padre con el ataúd vacío? El féretro contiene trozos de pavimento manchado de sangre, basura manchada de sangre. Una ceremonia triste que representa un alivio para la pareja de extraños que contemplan a lo lejos el funeral. Con el llanto de los familiares, R. y su nuevo brazo derecho descuentan un nombre de la lista de enemigos. ¿Qué es para un niño el sepelio de su padre en que todos asisten incluso el asesino?

Con la boca cerrada, sin derramar una lágrima, con los puños temblando de furia, el niño aguarda el final del interminable llanto de su madre, agarra un poco de tierra, y antes de arrojarla al fondo de la tumba, piensa.

Papá, me vengaré, mataré al que te mató. Lo mataré ahora.

Justo en el instante que la tierra arrojada toca el fondo, los mariachis callan. Y R. descuenta todavía más enemigos de su lista. Sólo los asesinos innatos tienen el talento de olfatear a miles de kilómetros la lujuriosa fragancia de la justicia a mano propia.

Mucho antes que lleguen otros elementos de seguridad al charco de sangre dentro del panteón, el muerto comprende que cuando miente la muerte, se lleva a todos menos a él.

Y la vagabunda hace un digno espectáculo de dagas envenenadas, el árbol que fue utilizado para exhibir su impecable puntería cayó seco sobre la tumba de Alcántara, justo adonde el niño tuvo la genial idea de atrincherarse unos minutos atrás de la inesperada balacera.

El niño atrapado en la tierra que apesta a cadáveres de sus tatatatatarabuelos sepultados en la tumba del lado derecho, afila los huesos de sus dedos cavando la tierra, ¡quiere vivir! Profana la madera putrefacta de los otros ataúdes para ganar unos centímetros de ventaja. Sin manos ni antebrazos, es encontrado mientras veía acostado temblando de frío el letrero EXIT del panteón, apestando a muertos prehispánicos, de esos que gozaban extraer corazones en lo alto de las pirámides. La ambulancia fue la herramienta para salir.

¿Qué tan poderosa es la venganza de dos cuerpos mutilados? Sólo R. puede averiguarlo.

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